Fue autor de clásicos de la literatura fantástica, como Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas. Sus hijos confirmaron el deceso en la casa familiar de Los Ángeles, en los Estados Unidos. Tenía 91 años.
Su legado descansa en su monumental obra, presente en libros, en
películas, en la televisión y en el teatro, pero más importante que
todo, en la mente y en los corazones de cualquiera que lo leyó, porque leerlo era conocerlo.Bradbury no fue sólo un escritor de novelas y cuentos para entretener un rato, contando curiosidades acerca de cómo podría ser un futuro posible. Hablaba del futuro, pero desde su compromiso con el presente, desde la preocupación que el causaba el rumbo que estaban tomando las cosas en su tiempoSu primera publicación fue un cuento en la revista Super Science
Stories (Historias de Súper Ciencia). Tenía 20 años y ya mostraba cuál
iba a ser la gran temática que lo iba a atrapar durante toda su vida.
Pero el éxito mundial lo alcanzó a los 30, con Crónicas marcianas,
una colección de cuentos que contaban distintas historias sobre la
vida del hombre en Marte, publicada en 1950. El encanto y el temor que,
al mismo tiempo, le causaban los irrefrenables avances de la
tecnología atraviesan todos esos relatos, y gran parte de lo que
escribió después.
A pesar de la genialidad de su pluma -o quizás a causa de ella-,
siempre reivindicó no haber ido a la universidad y fue un ácido crítico de la educación formal. "No soy una persona seria, y no me gusta la gente seria. No me veo como un filósofo. Eso es demasiado aburrido", aseguraba.Probablemente por eso, para no aburrir, lo lúdico es omnipresente en su obra. Con los personajes, con las tramas y con las palabras, Bradbury siempre jugó en su literatura.
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